La casa en el aire. El cuento y la confusión.

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Alguna vez, en una conversación casual acerca del folklore del Caribe colombiano, surgió el tema de la canción popular, “La casa en el aire”, y en ella, nació una idea.

Décadas han pasado desde que Rafael Escalona escribió la que se puede considerar como su canción insignia, desde entonces, generaciones la han disfrutado en incontables fiestas, reuniones y festivales, atravesando el país y el continente, llegando a lugares como Paraguay, donde aparentemente, el vallenato es grande.

A través de los años, muchos artistas le hicieron tributo grabando sus propias versiones que revitalizaron su importancia cultural, adaptándola a nuevos tiempos y nuevos oídos, entre ellos está, por supuesto, Carlos Vives, quien además, interpretó el papel de Escalona en la telenovela con el mismo nombre por allá en los 90’s. Pero también gente en otras latitudes se animó a versionarla, en España, por ejemplo, hicieron sus propias interpretaciones David Gutiérrez, Rosario y Lola Flores. También existen versiones orquestales que le agregaron un nuevo grado de majestuosidad, como hicieron la Filarmónica de Bogotá y la Orquesta Sinfónica Nacional de Colombia.

Sin duda, la composición tiene una relevancia cultural inmensa, por eso fue un poco desconcertante cuando en la conversación que dio paso a este post, una persona nativa del Caribe, dijo: “sí, esa canción es linda, la de Amelia”. Se refería a Ada Luz, el personaje principal de la canción y la razón por la cual el autor sueña con la imposible tarea de construir una casa en el aire. Bueno, démosle crédito, haber nacido en un lugar no te hace automáticamente identificable con todas las expresiones culturales de la zona.

La confusión de nombres dio paso a una idea; qué pasaría si, tomando la canción como base, transformando la historia e integrando personajes reales del contexto “vallenato viejo” pero identificándolos con nuevas personalidades de ficción, pudiese salir un nuevo relato que le dé vida a Amelia. Así que me puse en la tarea de imaginarme una parte su vida y así quedó el cuento:

La hermana de Ada Luz

Amelia tenía los ojos indios, eran elegantes y chiquitos, además brillaban como el zafiro, o “zafir”, como solía describirlos el célebre Alfred Gutenberg, un acordeonista alemán que vino a parar a las costas del nuevo continente como un barco pirata cargado de ron, sentimientos y malos hábitos. En su travesía naval compuso para Amelia el Andante “So mag ich es”, lo cual traduce más o menos: “como me gustan a mí”, refiriéndose a sus ojos como si fueran joyas de un tesoro abandonado en el Atlántico.

Pero el barco de Gutenberg arribó en el rechazo, Amelia no tenía tiempo para poesías instrumentadas y obsesivas, mucho menos cuando amenazaban con arrancarle los ojos y usarlos como pieza decorativa en la mesa de noche de un marinero loco y borracho de amor.

Amelia estaba acostumbrada a que la candidez de sus ojos atrajera la atención de gente en todos los continentes. Después de Alfred el acordeonista, llegó el arquitecto romano Raffaello Escaloni, al que también podríamos describir como “incansable enamorado”, por su admirable ímpetu, determinación y creatividad para idear estrategias de cortejo inimaginables, habilidades que Raffaello estaba a punto de elevar a su más alto nivel.

Para Amelia no era inusual inspirar gestos de amor como canciones, poemas y otras expresiones artísticas diseñadas como anzuelos para pescar sus afectos, pero ninguno se compararía con la magnitud de la propuesta de Raffaello, el osado y confiado europeo tentó a la física y le prometió a la señorita Amelia construirle una casa en el aire solamente para que viviera ella. Semejante proposición titánica era imposible que se hundiera en el rechazo, eso pensó el hombre, pero se equivocó, Amelia sufría de vértigo y además, su interés por el arquitecto soñador, no se elevaba ni a un metro del suelo. Esto hizo que Raffaello desistiera de sus planes, y queriendo hacerse con la riqueza genética de la familia, mandó a construir la casa para la hermana menor de Amelia, la señorita Ada Luz, cuya belleza tradicional y conservadora exaltaba entre las multitudes, esto era algo que ella bien sabía y no dudaba en tomar provecho de su estatus de diva, fue por eso, tal vez, que hizo a los obreros ponerle a la casa un gran letrero con nubes blancas que llevara su nombre, porque para ella no era suficiente tener una casa flotante sostenida por ángeles día y noche, no, además tenía que ser anunciada ostentosamente como la entrada a Disney World.

Una vez construida la casa-palacio, Ada se mudó definitivamente al barrio del firmamento a vivir con su enamorado, pero no con Raffaello, sino con un aviador local que durante la instalación del letrero pasaba esporádicamente a hacerle visitas, y en ellas, poco a poco, nació el amor más alto.

Raffaello no tuvo más opción que tomar un “diablo”, como le llamaban hace algunas décadas, a los trenes continentales, y marcharse a su país. Dicen que así lo pensó Ada desde el principio, aprovechando la atención casi publicitaria que provee el solo hecho de tener una casa en el aire, para ampliar su repertorio de pretendientes y no atarse al joven Escaloni, cuya reputación mujeriega era conocida en varios continentes.

Amelia dejó que su hermana tomara la gloria y fuese el centro de la historia de su familia, ella no necesitaba excesiva atención ni amores extranjeros, anduvo sola y con determinación, conservando siempre su altivo semblante. Cuando fue el momento, construyó su casa en la tierra, sostenida por fuertes cimientos, cerca al mar y sin letreros que atrajeran atención no deseada, como debe ser.

Y para terminar el viaje, y con hambre de la misma fantasía pero con diferentes sabores, salí al mercado de la música y me traje esta canasta de versiones elegidas a mano.


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Published by Leon Bernard

Busco el equilibrio en la creación, poniendo en la balanza el pensamiento estratégico y la libertad para producir música y escribir historias.

4 thoughts on “La casa en el aire. El cuento y la confusión.

  1. Interesante giro para presentar la historia. Me dejas un poco en suspenso cuando en el inicio mencionas que surge una idea y no mencionas cuál sino al final del quinto párrafo. No sé si fue una impresión positiva o negativa. Pero el desarrollo de la idea y cómo hubiese sido esa historia me pareció impecablemente creativa. No soy fan del
    Vallenato, pero el contenido me parece cautivador. También me pareció muy importante el dato de Paraguay; no tenía ni idea de eso y se nota la investigación detrás del post. Muy cool.

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    1. Gracias por el comentario Iván y por tu análisis apreciativo. La idea fue escribir el cuento como tal. La confusión que surge en la conversación dio paso a la imaginación y de ahí, a la idea de crear un nuevo personaje que distorsionara una historia conocida, en otras palabras, ponerle un filtro de ficción a la realidad.

      Yo crecí con un repelente de vallenato en aerosol siempre en el bolsillo, pero con el tiempo y la distancia descubrí el valor cultural que tiene la simpleza de las historias que se cuentan en las canciones más viejas y cotidianas del género, desarrollando, incluso, una leve nostalgia por lo que nunca viví.

      Gracias por tu apoyo en este proyecto que apenas está naciendo. Un abrazo.

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  2. Excelente historia. Leyendo tu respuesta, yo creo que a muchos no nos funciona un repelente de vallenatos, tanto mosquito que anda suelto con un acordeón en las manos nos inyecta la melodía directamente en las venas y ahí se queda por siempre. Es una enfermedad que parece inofensiva pero que tiene graves recaídas en determinadas fechas del año, casi siempre en diciembre. Afecta de manera significativa la cadera y los brazos, en especial cuando suena uno de Silvio Brito o será de Silver British. Que buen blog.

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    1. Esa es un descripción de fantasía, si te animas un día, podemos hacer un libro ilustrado para niños con mosquitos juglares que te infectan de sabrosura decembrina.

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