Cassettes · La era de la libertad (parte II)

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Fue un arma para crear pesadillas y una ventana al futuro que nos ofreció un vistazo al internet antes del internet.

Esta es la segunda parte de un especial acerca del cambio tecnológico y cultural que se dio a través de los cassettes y la cinta magnética. Ya recorrimos un momento en la historia de la segunda guerra mundial y el reinado del Walkman en la primera parte. El viaje continúa ahora…


Promesas capitalistas – por @KarinaHT

No importa qué tan inofensivas sean las intenciones de quienes desarrollan tecnologías para nuestro entretenimiento o comodidad, los humanos tenemos una increíble facilidad para convertir cualquier cosa en un arma.


20th Tactical Reconnaissance Squadron. Public domain

Durante la guerra entre el norte y el sur de Vietnam que empezó en los 50 y se extendió hasta los 70, el ejército estadounidense, que había entrado en 1965 como aliado del sur, experimentaba con tácticas de guerra sicológica, un método de sugestión mental que induce a las personas a rendirse o abandonar la batalla voluntariamente, sigue siendo un arma, solo que el daño no es letal sino emocional y prolongado.


Ya había intentado desmotivar a los soldados vietnamitas, que como suele ser en las guerras, eran en su mayaría un montón de jóvenes más cerca de ser niños que adultos, ofreciéndoles una especie de “paquete de rendición”, el cual les llegaba desde el cielo, literalmente.

Resulta que la fuerza aérea, habiendo detectado que muchos de estos niño-soldados eran originalmente de regiones remotas del país, encargó a una agencia de publicidad a que produjera unos brochures, algo así como esas hojas de papel plegado o folletos que utilizan en los lugares turísticos para ofrecerte un plan de vacaciones, y aplicar el mismo método con los soldados vietnamitas.

La idea era apelar al sentido de nostalgia y ganas de volver a casa que con seguridad debían sentir, ofreciéndoles un lugar donde estarían a salvo y serían cuidados a cambio de dejar las armas. Terminada la producción, los folletos impresos con este discurso alentador, fueron cargados en un avión y arrojados sobre el territorio enemigo, como promesas capitalistas que flotaban en el aire y caían suavemente en las manos de quienes anhelaban regresar a su hogar.

Pero el viento se llevó la ilusiones, los vietnamitas no mordieron el anzuelo, eran jóvenes pero con un alto grado de honor y patriotismo, volver a sus familias a cambio de abandonar sus propias convicciones, no era un acuerdo aceptable. Entonces, fue momento de cambiar la estrategia, pasando de lo visual a lo auditivo.


Un ejército de fantasmas – por @AnaHR

En la cultura vietnamita, cuando una persona muere debe ser sepultada en su lugar de origen, de no ser así, su espíritu puede perder la oportunidad de trascender al siguiente plano de existencia, convirtiéndose básicamente en un alma en pena. Apenas se enteraron de esto, los militares americanos vieron una nueva oportunidad para cambiar el juego.

Fue aquí donde la realidad se hizo más extraña que la ficción y la táctica de guerra sicológica que venían llevando, pasó de ofrecer un sueño a crear una pesadilla. El racionamiento fue el siguiente: inevitablemente una gran cantidad de soldados de Vietnam del Norte caían en combate dentro del territorio enemigo de Vietnam del Sur, y por lo tanto, sus cuerpos no podían ser recuperados ni llevados de vuelta a sus familias, lo que significaba que no tendrían un funeral apropiado.

Desde la perspectiva de la tradición esto significaba un gran número de almas en pena, desde la perspectiva americana significaba una oportunidad para abrir un portal a lo sobrenatural, adentrarse en el inframundo y traer de vuelta un ejército de fantasmas que lucharan a su lado como jinetes del apocalipsis arrasando con terror los campos del enemigo, y para lograrlo, ya tenían la clave, el artefacto mágico que les permitiría fabricar un puente invisible y cruzar dimensiones, un amuleto maldito más conocido como… grabadora, una simple grabadora de cinta magnética.

Entonces, un día, poco después de tener esta revelación, se reúnen americanos y vietnamitas del sur en una base de aliados, un oficial se dirige al reproductor de cinta y presiona Play. Lo que escucharon los dejó a todos estupefactos, era la voz de un fantasma, un soldado de Vietnam del Norte que había fallecido en la batalla, su voz bañada de eco y mezclada con llanto, gritos y toda clase ruidos pertubadores, lamentaba haber luchado por una causa sin sentido, ahora su espíritu penaba eternamente implorando a sus compatriotas no sellar su destino de la misma manera, no arriesgar su alma por la guerra.

Esa fue la demostración del nuevo arma sicológica creada por los vivos, inspirada por los muertos y accionada por la misma tecnología que tenían nuestros cassettes. Era una producción que podía tranquilamente pertenecer a una película de terror, incluía ruidos de la calle y sonidos de animales de un zoológico, todo editado y transformado para crear la sensación de algo tenebroso.

Y así, un grupo de soldados aliados visitaba villas enemigas en el punto más oscuro y silencioso de la noche, se camuflaba entre los árboles y con la ayuda de un speaker y un reproductor de cinta portátiles, ponían a sonar la grabación fantasmagórica apuntando hacia el centro de la villa subiendo gradualmente el volumen para crear la sensación de que el alma en pena se iba acercando.

Nunca se supo qué tan efectiva había sido la táctica para lograr desarmar a los soldados, lo que es seguro asumir es que debió traumatizar a más de uno. En culturas tan conectadas con sus ancestros y familiares fallecidos a través de un enlace espiritual, estos temas de fantasmas no son tan ligeros, no hacen películas de humor con gigantes de marshmallow y tipos disparándole con armas que producen rayos de luz.

El miedo de no poder ayudar a un miembro de la familia a transcender correctamente es real, e incluso más real es el recuerdo de haber pasado por esa situación y atormentarse con la idea de que un ser querido pereció en alguna batalla en algún campo o montaña donde su alma quedará para siempre penando.


Rudolph, el reno de Santa. – por @cool_ca_t

La tecnología siempre tiene el riesgo de ser usada como un arma, pero el ingenio de las personas siempre va mucho más allá. Después de asustarnos, la cinta magnética de los cassettes estaba lista para divertirnos.

En 1983, mucho antes de Google, YouTube o incluso del hoy estándar correo electrónico, ya existía el internet, o al menos la idea esencial que dio paso a esta invención que nos cambió la vida. Esa idea romántica de crear a través de la tecnología, una red de conexiones humanas que permitiera con facilidad compartir información usando computadoras personales y divirtiéndose en el proceso.

Si te atreves, imagina que quisieras instalar un software en la primera computadora que tuviste en casa, pero en vez de insertar una memoria o flash drive, un CD o diskette (dependiendo de la época en la que te tocaron las PC), lo que haces es conectarle una casetera, insertar un cassette como los que se usaban normalmente para escuchar música, presionar Play y ver como la información pasaba de la cinta magnética a tu pantalla. Ahora piensa que eso que acabaste instalar no la descargaste previamente de un sitio en internet, la descargaste de la radio.


Seth Morabito from Santa Clara, USA, CC BY-SA 2.0

Si puedes hacer que eso tenga sentido en tu cabeza, te acabas de imaginar cómo sería el internet antes del internet. Al final del día, por más extraño que sea ahora pensarlo, los cassettes son simplemente un método de almacenamiento de información como cualquier otro que hayamos tenido, solo que se popularizaron masivamente con la música, simplemente porque no había la necesidad de almacenar nada más aparte de tu propia voz.


Entonces, para los entusiastas de las primeras computadoras personales, el cassette era el medio disponible para compartir data, se reunían en bares y cafés a hablar de computación e intercambiar software en cassettes.

Si hubieses sido uno de los originales nerds de la computadoras, una escena como esta sería familiar. Un día cualquiera sintonizabas en tu radiocasetera tu programa favorito, preparabas un cassette en blanco y esperabas ansiosamente el momento en que el anfitrión del show dijera algo como: “Ok, ¿listos? Aquí va el regalo de hoy, 3, 2, 1…”. En ese instante presionabas los botones de grabar y reproducir, (el comando necesario para activar la función de grabación en las caseteras), mientras la estación de radio transmitía una serie de tonos agudos, unos largos y otros más cortos.


Datacassette, Evan-Amos, Public domain

Terminada la transmisión, detenías el cassette y lo llevabas a tu otra casetera especialmente diseñada para transmitir datos a tu computadora, insertabas el cassette, reproducías lo que habías acabado de grabar de la radio y esperabas mientras los tonos eran reinterpretados como unos y ceros, es decir, código binario de computadoras. Y así nomás, podías ver cómo se iba formando una imagen en tu pantalla y luego sonreír al ver la animación de Rudolph, el reno de Santa batiendo la cola, era lo que habías acabado de descargar del programa Radio Wyvern Computer Club en Inglaterra para la Navidad de 1983.


Hacia el final de la década los cassettes ya nos permitían tener incluso videojuegos que compañías de entretenimiento producían y la gente compraba y se llevaba a casa para instalar en sus computadoras, por supuesto que también podían se copiados como las canciones, ahí llegaron entonces los programadores especialistas en crear códigos de bloqueo anti-piratería y detrás de ellos, por supuesto, los hackers que los desbloqueaban.


No toda la música es alegre – por @Vivita

Mientras el mundo avanzaba con la cinta de los cassettes que nos envolvía en diferentes capas de cultura globalizada, algunos lugares permanecieron alejados de su influencia.

En la época en la que China permanecía un estado estrictamente comunista, todo lo que representara el estilo de vida capitalista era rechazado, el país era un lugar hermético, nada que insinuara otra ideología podía entrar. Pero la música, como todos sabemos, tiene el poder de reunir masas y sembrar ideas, especialmente en las mentes jóvenes.

Con el tiempo, al rededor de los 70, el país empieza a abrirse lentamente a la influencia musical de occidente. Pero la oferta era limitada, cada canción tenía que pasar por el filtro riguroso de un comité gubernamental que determinaba cuáles canciones extranjeras eran aptas para el público local. El Country y las baladas más inofensivas eran normalmente admitidas, pero no toda la música es alegre y entretenida, con frecuencia los artistas eligen expresar un sentimiento profundo, un conflicto o una posición política. Nada de eso pasaba el filtro.


El monstruo del apetito musical – por @AlejoMV

En los 90 la industria de la música era el paraíso, el apetito insaciable de las personas por nuevas canciones, nuevos artistas y nuevos álbumes, ponían a las disqueras en una posición privilegiada, el negocio era grande, más grande que el cine incluso. Así que para aprovechar la sobre demanda usaron la estrategia más conveniente del momento: alimentar al monstruo del apetito musical con toneladas de cassettes.

Y así empezaron a producir millones de copias que luego adornarían espectacularmente las tiendas de música en el mundo, o casi todo el mundo, en China la historia era distinta, con el estado arbitrando la música, los cassettes llegaban, pero no como obras musicales sino como desechos.


Volver a provocar emociones – por @ÁlvaroHR

Resulta que por más demanda que hubiese, algunos cassettes no se vendían, y “algunos”, en este caso significaba “cientos de miles” que quedaban varados por ahí en alguna bodega. Entonces las disqueras activaban un “plan de recolección mínima”. Los agrupaban en grandes paquetes que luego vendían a un precio ridículamente bajo dentro de una red de distribuidores y revendedores.

Si los cassettes no deseados perdían su atractivo por completo, su último destino era sufrir una muerte rápida bajo los dientes de una sierra mecánica que atravesaba el plástico y cortaba la cinta magnética, luego eran guardados en contenedores de basura y enviados a China para ser apilados en montañas de plástico para reciclar, terminando así, la vida de los cassettes que nunca nadie escuchó.

Lo que pasó después nadie pudo haberlo anticipado. Era tan grande el deseo de los chinos de escuchar nueva música, que era inevitable que en algún momento, alguien se topara con la montaña de cassettes y viera una oportunidad para romper la ley escuchando música prohibida. Y así sucedió, empezaron a rescatarlos de la pila de reciclaje para llevarlos a casa y como si fueran paramédicos de la música, intentar revivirlos.

El proceso se podría describir como la cirugía del monstruo de Frankenstein, de alto riesgo y completamente ilegal. Era un momento de alta tensión y cuidado, en el que uno de estos doctores del cassette, desarmaba al paciente, sacaba su órgano vital: la cinta, y de alguna manera lograba pegarla, luego la transplantaba a un nuevo caparazón y lo sellaba. Al final de la operación lo ponía a reproducir y si sonaba, el trabajo había sido un éxito, ¡la criatura estaba viva! Ahora podía tomar el nombre de sus hermanos, los “Dakou”, así llamaron a todos estos cassettes zombies. En español sería algo como “Cortados”.

Así nació una sub-cultura musical que dio paso a un mercado rentable en torno a la compra, venta e intercambio de los Dakou. Fue un nuevo despertar para los amantes de la música y una oportunidad para los cassettes desterrados, de volver a provocar emociones.

Pero aunque los Dakou fueron algo muy particular que perteneció a un tiempo y lugar específicos, de este lado, en el Caribe hispano algo similar pero menos dramático sucedía.



Música descontextualizada – por @AngélicaMH

Por otro lado, la disponibilidad de cassettes en abundancia dio paso a un engendro musical totalmente inesperado. La historia va así: los jóvenes chinos que estaban consumiendo estos cassettes que quedaron de la sobre-producción en otros países, no tenían ningún contexto cultural, escuchaban lo que llegaba sin saber de dónde venía, qué género era, de qué año era, si el artista estaba vivo, nada. Las décadas que habían sido marcadas por la música, se fundían en una sola librería de extraordinarias sorpresas.

El resultado de esta interacción atípica fue la formación de una apreciación distinta. Una persona podía cualquier día poner un Dakou, escuchar un par de canciones de Bob Dylan y descartarlo enseguida porque le pareció muy aburrido, luego poner algo de AC/DC y pensar: “Ahora sí esto sí me mueve”, sin saber que el primero era Folk y el segundo Hard Rock, y que sin el Folk y el Blues, no existiría el Rock. No podían tener apreciación y respeto por lo que vino antes si todo les llegaba al mismo tiempo.

Pero la música por sí sola siempre va a inspirar, así que poco después, empezaron a salir bandas que reflejaban este espíritu de mezcla inesperada. Los chicos agarraban sus instrumentos y salían a tocar nuevas creaciones que sonaban a Punk y Metal, Country y Grunge, Pop y Clásica, y todas las combinaciones posibles, simplemente porque no sabían que los géneros musicales pertenecen cada uno a su propio mundo, y que con frecuencia van acompañados de una ideología o estilo de vida distintivo y opuesto.

Por ejemplo, el Metal es rudo pero con una estructura clara y compleja, se espera de los músicos altos niveles de disciplina, la estética es sencilla, ropa negra bien puesta y ya está. En cambio el Punk, responde a esa cultura con la sencillez llevada al extremo y músicos que apenas saben tocar sus instrumentos y se visten con cualquier cosa que encuentren, sin importar si está roto o les queda bien, pero tienen una energía incomparable y representan la rebeldía e inconformidad social, es música, pero es más un medio de expresión.

Sin todo ese contexto, era inevitable que algunas bandas chinas de los 90 se vistieran Punk, cantaran al estilo Grunge, usaran instrumentos tipo Metal y tocaran Rock n’ Roll. En su mundo de la música descontextualizada, todo se valía.


El sonido de nuestras vidas – por @OscarSP

Los chinos de verdad que estaban llevando la capacidad de personalización que ofrecían los cassettes a otro nivel, pero para ellos eso era lo normal. Para quienes crecimos en las Américas, la personalización tenía que ver más con crear algo distintivo y dejar tu marca en algo que alguien más había creado, era una manera de expresar tu identidad.



Poco a poco, (o muy rápido), dependiendo de cómo percibas la sensación del tiempo, se fueron acercando los 90 y llegaron los Compact Discs, volvimos al concepto del disco pero ahora con un aspecto súper brillante y reflectante como un espejo, tal como nos imaginábamos que tenía que ser el futuro. Así que por impacto visual, el CD tenía ganados a los adolescentes y los cassettes eventualmente quedarían relegados a una caja de zapatos en el clóset, o directamente solo a la memoria.

Pero el cassette logró aferrarse a nosotros un poco más con el atributo especial que vino antes de la música, la capacidad de capturar el sonido de nuestras vidas y congelar en el tiempo los momentos que más atesoramos.



La tecnología de cinta magnética en todas sus presentaciones domésticas, fue realmente una aventura. Nos llevó de lo horrible de la guerra a lo maravilloso de la música, abrió las puertas a la personalización, nos permitió expresarnos de una nueva manera, facilitó la documentación de nuestras vidas inmortalizando las memorias del pasado como fotos auditivas, fue un arma, un juego, un rompecabezas, hizo fácil transmitir un mensaje de amor, de paz, una ideología, una posición política. Nos ayudó a aprender idiomas y a superar nuestras barreras mentales, nos permitió ponerle una banda sonora a nuestro día-a-día, creó comunidades y bandas sin género, nos permitió jugar con la música y manipularla para confeccionar nuestras propias creaciones, en otras palabras, nos dio libertad.


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Published by Leon Bernard

Busco el equilibrio en la creación, poniendo en la balanza el pensamiento estratégico y la libertad para producir música y escribir historias.

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