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Cuando el título de una canción parece contradecir su propio mensaje, se crea un éxito inesperado.

La rudeza cultural
El problema sin solución con la educación en las escuelas, es que asumimos que los chicos todos aprenden de la misma manera, que son como cassettes o discos en blanco que reciben la información en el mismo formato, y al cumplir cierta cantidad de objetivos establecidos en un plan de estudios plantillado para todos por igual, se determina años después, que la joven persona está lista para navegar la vida siguiendo los pasos que dicte la cultura en la que haya crecido.
La experiencia no será igual para todo el mundo, y nuevos sistemas alternativos seguirán surgiendo, dándoles a los padres un mayor número de posibilidades. Pero para quienes les tocó el método tradicional, ir a la escuela pudo haber sido “una pesadilla monótona”.
Así lo describe Andrew Hozier, el autor de Take Me to Church, una canción acerca de la rudeza cultural a la que a veces los jóvenes tienen que enfrentarse, por haber nacido en un lugar aferrado con estricta determinación y a veces violencia, a un estilo de vida y fe tradicionales.

Escape a la realidad
No hace mucho, en 1990, nació Andrew en un pueblo costero al este de Irlanda llamado Bray. Producto de la relación entre una artista y un baterista de una banda de blues que balanceaba las finanzas trabajando en un banco local.
Creciendo entre la casa y la escuela, Andrew se identificaba con ese perfil de estudiante que aman los compañeros en el salón, y los profesores tienen problemas para controlar, el infame: “payaso de la clase”. Le costaba concentrarse y sentía sus días pasar en la más desesperante monotonía.
Pero como suele ser para muchos que viven su vida en medio de rutinas y compromisos adquiridos a favor de una buena calidad de vida, cualquier forma de expresión artística o intelectual, es una píldora de escape a la realidad auto-prescrita cada vez que es necesario. Para Andrew la salida era escribir.
Así que a los quince años empezó a hacer canciones, se enseñó a sí mismo a tocar la guitarra y entró a cantar en el coro de la escuela, en el que la religión se unió a la música para hacer temblar las bases de su formación.

Una fuerza imparable
Hace mucho tiempo, en una época conocida solo por los libros y las películas, nació en Europa, alrededor del año 1680, una rama del cristianismo que desafiaba la norma. Planteaba un discurso que hoy en día todavía escuchamos con frecuencia: “la iglesia creció y adquirió tanto poder que terminó convirtiéndose en una institución demasiado jerárquica, perdiendo así su visión original”.
Desde esa perspectiva es fácil entender por qué a través de la historia las religiones se ramifican, buscan entre otras cosas, cortar los lazos que las amarran a la idea de la fe a larga distancia y prefieren tomar un camino más corto, prefieren usar una línea de atención directa y permanente para llamar a su creador.
Con esa idea de separación para volver a la esencia, nacen en el Reino Unido, los cuáqueros, una comunidad de cristianos protestantes formalmente conocida como la Sociedad religiosa de los amigos.
El foco principal de su fe, es esa idea tan comúnmente representada en obras de arte, en la que Cristo brilla desde adentro trayendo luz a la oscuridad.
La metáfora implica que él mismo es la luz y que su brillo está dentro de todos, es decir que la conexión es inevitable e insuperablemente directa.
No es una comunidad con grandes números, y es posible que esa haya sido siempre la idea. Para muchos de nosotros el nombre ni siquiera corresponde a su definición, sino a una marca de avena llamada Quaker o “cuáquer”.
La compañía adoptó este nombre por la posición del movimiento religioso que representa honestidad, integridad y pureza. El hombre canoso de cabello largo que lleva puesta una bufanda o pañoleta de cuello blanca moviéndose con la brisa, un sombrero ancho y una chaqueta negra, que vemos en la caja de la avena, es una representación del típico atuendo de un quaker de la época.
En cuanto al nombre informal, es simplemente una referencia al poder de la fe, quake significa temblor, una fuerza imparable de la naturaleza. Dentro de ese contexto, pero en tiempos modernos, creció Andrew, en una familia Cristiana protestante cuáquera.

Momento de tocar las estrellas
A pesar de la religión de su familia, Andrew tuvo que pasar por dos escuelas católicas en Irlanda, la segunda de ellas, la Escuela de la Trinidad en Dublín, fue la que lo formó como músico. Pero era igual academia e incluso en el arte existen las restricciones, así que cuando tuvo que decidir entre seguir estudiando y apostarle a la música, la vida se le complicó un poco.
Como ha sido siempre para los jóvenes durante la historia de la humanidad, la idea del éxito implantada por los padres es una mezcla de amor, sabiduría e inseguridad, un camino que parece claro y directo pero que no siempre representa la felicidad o identidad de la persona en formación.
Andrew tuvo tiempo para decidir y finalmente eligió la música. Un Scout de Universal lo descubrió y se lo llevó a grabar algunos demos, al regresar de aquella aventura, no duró mucho en la escuela, se retiró y se dedicó a perseguir una carrera musical, que como todas, es difícil, toma tiempo y requiere paciencia. Su momento de tocar las estrellas llegaría no mucho tiempo después, el destino estaba a punto de subir al ático.

Física y emocional
Eran las 2:00 am de una día en 2013 y Andrew, ahora conocido solo como Hozier, cantaba encerrado en el ático de la casa de sus padres, una canción inspirada en una relación amorosa que terminó mal. Era Take Me to Church en su primera versión casera, pero que pasar de serlo, atrajo la atención de una disquera independiente en Dublín llamada Rubyworksy pronto saldría del ático en dirección a la cima del mundo.
Amasando folk, blues, soul y gospel con una voz imponente, la canción marcha en los oídos con una letra que puede llegar a confundir, sobre todo cuando se toma el título de manera literal, no es acerca de ir o querer ir a la iglesia.
Es realmente una posición crítica ante la omnipresencia cultural y política de la iglesia católica en su nativa Irlanda, en particular ante el pasado cruel y las injusticias que se han dado bajo su techo, de la rigidez con la que a veces las personas asumen su fe, llegando al punto de la segregación, la alienación y la violencia física y emocional.

Corta el gusto popular
El éxito de la canción fue una de esas excepciones de la música que son difíciles de explicar. Ni la letra ni la música y mucho menos la intención del autor, apuntaban a infiltrarse en las listas de popularidad, pero justo eso fue lo que pasó. Incluso algunos fans de la música pop cristiana la adoptaron y ayudaron a impulsar su popularidad, pero no por mucho tiempo, cambiaron de parecer y se decepcionaron cuando salió el videoclip.
La letra da pistas de un amor prohibido pero el video que luego hicieron para acompañarla, busca intencionalmente no dejar lugar a dudas. Cuenta la historia de una relación entre dos hombres, uno de los cuales al final termina siendo linchado por una pandilla mientras su pareja mira sin poder hacer nada. Y aunque la canción habla de una relación con una mujer, el video se encarga de poner claridad al mensaje, es acerca de los prejuicios que a veces tenemos y de cómo en función de ellos, se nos olvida que todos somos humanos tratando de sobrevivir.
Después del video, la canción tomó incluso más fuerza, atrayendo la atención de grandes disqueras que tuvieron que competir para quedarse con el artista. Al final Columbia Records ganó y enseguida empezaron a entrar las llamadas para presentarse en shows de televisión americana, giras y la afición inesperada de un éxito inesperado.
Esta es una canción fuerte con poco o nada del ADN de la música pop que domina las listas, sin embargo, tal vez por ser precisamente una contraposición que corta el gusto popular de una manera adecuada y misteriosa, que terminó siendo un hit, otra de esas canciones que rompen temporalmente las reglas, otra anomalía.
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